¿Cual es mi actitud respecto a la Oración?
Una mirada objetiva sobre el mundo religioso de nuestros días, nos lleva a distinguir tres actitudes del hombre respecto a la oración:
En primer lugar, la muchedumbre del pueblo sencillo, que no entiende de teorías, ni tiene tiempo para escucharlas. El pueblo llano, en una inmensa mayoría reza: por necesidad, por inercia, por temor, por tradición o por folklore; pero frecuenta la oración de súplica.
Son muchísimos los que no se acuerdan de rezar al levantarse; pero no son tantos los que no rezan algo al acostarse.
El pueblo sencillo, sigue rezando a sus Cristos ensangrentados, a sus Vírgenes entrañables, a los Santos populares y “eficaces”.
Lo piden todo: el pan de cada día, el trabajo, la colocación, la vivienda, suerte en los negocios, la salud, las realizaciones sentimentales, la intervención milagrosa de Dios en apuros o enfermedades graves, la liberación de algún mal inminente, etc.
En segundo lugar, los que, de modo ordinario han abandonado la oración. Se excusan de que no tienen tiempo, de que ya reza su mujer o el párroco por ellos, pero que cuando se sienten al borde de una situación límite, personal o familiar, como una enfermedad agudísima, graves problemas económicos, una situación humanamente insoluble, etc., entonces rezan con angustia, porque allí se acuerdan de que existe un Dios.
En tercer lugar están los que desde su mundo intelectual, ganado por opiniones de escuela, desprecian la oración y la catalogan como residuos de épocas ya superadas, de ignorancia crasa, de primitivismo.
¿Por que se abandona la Oración?
He aquí una serie de motivaciones en las que se apoyan y por las que se excusan los que han abandonado la oración:
- La oración de petición? Eso es magia: una forma religiosa, propia de pueblos primitivos, con la que creían hacer fuerza a Dios. Afortunadamente, ha sido ya superada.
- Rezar? Y para qué? El mundo está preso en la red de las leyes naturales, contra las que nada puede hacer la oración. Intentar detener, cambiar o romper dichas leyes, es pura ingenuidad infantil. Hay un determinismo universal al que todos estamos sujetos.
- La oración no es más que la proyección psicológica de los deseos del propio subconsciente. Y algunos psicólogos argumentan: El niño es, ante el mundo hostil que le rodea, pura fragilidad. Por eso busca cobijarse en alguien, pidiendo protección y ayuda: ese alguien es el padre (o la madre), a quien sublima el niño, creyendo que puede resolver todas sus impotencias. Pues bien: el que reza hace rebrotar aquel lejano sentimiento infantil, cobijándose ahora en Dios. Dios es para él la sublimación del padre.
- Para qué seguir rezando? Hemos entrado en una época post-religiosa. No necesitamos a Dios ni de él. El hombre se basta a sí mismo. Ha llegado a su mayoría de edad y ha tomado responsablemente en sus manos las riendas de su propio destino y las del mundo. Rezar supondría abrir la puerta a Dios, que se entrometería en el campo de las actividades propias del hombre.
- Enseñar a rezar? Lo que hace falta es enseñar al pueblo, no a rezar, sino a trabajar, a luchar y a comprometerse. Para el cristiano de hoy, orar es luchar, comprometerse con el mundo nuevo; responsabilizarse social y políticamente; menos oración y más compromiso social y político.
- Para qué rezar? Me parece más realista la actitud del que va a buscar al médico, que la de quien se queda rezando junto a la cama del enfermo grave. Para qué rezar? No seamos irresponsables pidiendo a Dios lo que debemos resolver nosotros.
- No veo motivo para rezar. No lo ve Dios todo? No es nuestro Padre? No nos ama? Entonces, por qué ha de ser necesario que le pidamos nada?
- Orar es puro egoísmo. Es suponer que Dios está dispuesto a supeditar los destinos del mundo, las leyes naturales, a los deseos, cuando no caprichos del que ora. Yo por eso no rezo.
En el fondo de todas estas excusas, late una gran cadena de crisis. Está en crisis la idea tradicional de Dios, la relación del hombre consigo mismo, con el universo en el cual se mueve y con la sociedad en la que vive.
La Importancia de la Oración
Para el hombre actual, nacido en una cultura secularizada, tienen prioridad otros valores: la eficacia, lo útil, la creatividad, la ciencia, la prospectiva de futuro, etc. Por eso, se repite una y otra vez: arreglamos algo con rezar? Lo que importa es transformar el mundo.
El hombre moderno no entiende la oración gratuita. Urge que el cristiano revise su propia escala de valores, porque estamos tan preocupados por la eficacia, por la eficiencia, por la utilidad, que no nos cabe en la cabeza la presencia de un Dios gratuito, siempre amante y providente.
“La medida del hombre se ajusta a lo que él adora, y esta medida se le ha encogido al hombre actual hasta creerse a sí mismo un dios”.
Y, sin embargo, frente a estas excusas y realidades del hombre secular, hay un hecho de vida que es incontrovertible: Dios se hizo hombre, y el Dios Hombre oró. Oró por sí y por los demás. Oró al Padre como cualquiera de nosotros:
“Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no se haga como yo quiero, sino como quieras Tú” (Mateo 26,39).
“Padre Santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado” (Juan 17,11).
“No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en Mí” (Juan 17,20).
Pero el Señor no solo ejercitó la oración de súplica, sino que cuando uno de sus discípulos le pidió que les enseñara a orar, puso en nuestros labios la oración de las siete peticiones, como en San Mateo, o las cinco, como en San Lucas:
El les dijo: Cuando oréis, decid el padre nuestro:
Padre, santificado sea tu Nombre
venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano
y perdónanos nuestros pecados
porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe
y no nos dejes caer en tentación.
Amén.
El hombre de hoy, que se siente bombardeado constantemente y desde todas partes, por estas ideas, se preocupa poco de acudir a Dios…. y acaba por olvidar la oración de petición.
Cómo empezar la Oración Cristiana
Hay una verdad que debemos tener en cuenta y es que tenemos que superar la imagen que tenemos de un “Dios soluciona-problemas”, de un “Dios tapa-agujeros”, de un “Dios bombero”, de un “Dios aspirina”, de un Dios al que solo acudimos cuando lo necesitamos en los momentos de calamidad, de crisis graves, de enfermedad, de fracaso, de necesidades apremiantes, y aceptar al respecto todas las limitaciones que sobre el particular tenemos.
Sucede que se ha debilitado alarmantemente la fe certeza, la confianza en el Dios Todopoderoso, en el Dios providente. No creemos totalmente que Él es nuestro Padre, que de Él provenimos y que a Él tendremos que regresar, que todos somos sus hijos. No nos es posible percibir que Dios es la personificación del amor.
El pagano reza a Dios y le ofrece sacrificios para seducirle y lograr sus favores, pero resulta que la petición cristiana no es un forcejeo con Dios que pretende influir sobre él y hacerle cambiar de opinión, ni es informar a Dios sobre algo que él desconozca, ni es una recitación mágica para hacerle querer lo que antes no quería. Dios no necesita convencerse.
Hay que aprender a enfocar la oración de petición en su dimensión profunda, integrándola en el plan de Dios: a entrar en la órbita de Dios.
La petición hay que entenderla como la conversación entre dos personas de la misma familia que se aman, o que aman a una tercera, por la que se intercede. Es la acción recíproca entre Dios, que es Padre, y nosotros, que somos sus hijos.
Todo viene de Dios en su libre decisión, que ha previsto que mi oración sea la causa de un efecto. ¡Cuántas veces el niño pequeño hace cambiar libremente los planes de su padre!.
Hay que pedir siempre en amor filial: en Jesús al padre. Cuando se trata de verdadero amor, nadie pierde y nadie gana: gana el amor; simplemente coinciden en una misma visión de personas, acontecimientos o cosas.
Muchas personas oraban con bastante sencillez de corazón y recurrían a Dios y a la Santísima Virgen en todas sus necesidades, pero a medida que adquirieron títulos, profesiones, cargos, ocupaciones, etc., cambiaron sus costumbres, se les olvido orar.
Crecemos y aprendemos una serie de ingeniosas razones acerca de cómo a Dios no pueden interesarle semejantes nimiedades humanas…, de cómo Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos…., de cómo no podemos modificar la voluntad de Dios, etc., etc.
El Principio de la Oración
Y entonces dejamos de esperar y de pedir milagros, y las intervenciones de Dios en nuestras vidas fueron haciéndose cada vez más escasas. Y, además, aprendimos complicados métodos de oración, pues se nos enseñó a reflexionar en profundidad.
En otras palabras: pasamos a poner el acento en la lectura, en la meditación y en la oración discursiva. Poco a poco, llegamos a convencernos de que lo que necesitábamos para ser santos era tener convicciones profundas, y el modo de conseguirlo consistía en reflexionar, reflexionar y reflexionar; en meditar, meditar y meditar. Pero la auténtica verdad es que, si queremos ser santos, lo que necesitamos, mil veces más que convicciones profundas, es energía, fuerza espiritual, valor y perseverancia; y para ello debemos pedir, pedir y pedir; orar, orar y orar.
Bastará con que nos expongamos abiertamente a lo que Cristo dice en los Evangelios acerca de la oración, lo cual hará que brote en nuestro corazón una indomable esperanza…. y hasta una gran certeza: si lo pido con absoluta seriedad y total confianza, me será dado el Espíritu Santo… tal vez hoy mismo, por qué no?
Seremos verdaderamente afortunados si Dios nos concede esta clase de fe, porque entonces pediremos, y se nos dará con toda seguridad. Si lo hacemos, descubriremos el poder, la seguridad y la paz que proporciona la oración y constataremos la razón que tiene San Pablo cuando dice a los Filipenses:
“El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones mediante la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4,5-7). Y, una vez experimentada por vosotros mismos la verdad que encierran estas palabras, ya no volveréis a abandonar la oración en toda vuestra vida.