La Oración de Jesús

La Oración de Jesús

La oración que Jesús nos enseña es pura, no motivada por segundas intenciones o por intereses creados. Él nos dice que la oración ha de estar animada e inspirada por el Espíritu Santo, porque Dios debe ser adorado, exaltado, alabado filialmente, es decir, en espíritu y verdad: “Pero llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos, adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que lo adoren” (Juan 4,23).

La Oración en la vida de Jesús

Jesucristo: Gran maestro de Oración

Ante esta realidad de lo que significaba para Jesús la oración, hoy podrías preguntarte qué lugar ocupa en tu vida y cuál es la importancia y el valor trascendental que le estás dando a la oración.

Lo mismo con su doctrina que con su ejemplo, Jesús enseña a sus discípulos el deber y el modo de orar. El mismo va a servir de modelo acabado de alma orante y por eso no hay mejor maestro que Jesús en el arte de la oración.

Existen métodos maravillosos para entrar y vivir en el mundo de la oración, inspirados por Dios a profetas, santos, sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos, como es el caso de los Talleres de Oración y vida del Padre Ignacio Larrañaga, los ejercicios de San Ignacio de Loyola, etc., pero cuando llegamos a éstos sin vivir en el Señor, o por parte de los ejercitantes no se ha descubierto la necesidad de la ayuda y asistencia permanente del Espíritu Santo, tarde o temprano y por la realidad de nuestra pobre condición humana, por nuestra fragilidad e inconstancia, habremos de encontrar dificultades que nadie podrá resolver por nosotros, y siempre tendremos que recurrir directamente a Jesús y decirle como sus Apóstoles y discípulos: “Señor, enséñanos a orar” y él resolverá nuestras dificultades y nos guiará personalmente, a través de su Espíritu Santo.

Hay que decirle esto todas las veces que consideres necesario, pero sin tensiones, sin ansiedades de ningún tipo, tranquilamente, con la esperanza firme de que él habrá de enseñarnos y de suplir nuestras falencias al respecto, como de hecho lo ha realizado siempre y lo seguirá haciendo hasta la consumación de los tiempos.

Oración a Jesús Crucificado

Poderosa Oración es atribuida originalmente a San Francisco Javier y es recomendada para realizar en momentos como tras recibir la Primera comunión o la Eucaristía.

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera,
que aunque no hubiera cielo yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera;

No me tienes que dar porque te quiera;
porque aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Amén.

Oración a Cristo Rey

¡Oh Jesús! Te reconozco por Rey Universal
Todo cuanto ha sido hecho Tú lo has creado
Ejerce sobre mí todos tus derechos
Renuevo las promesas de mi bautismo,
renunciado a Satanás, a sus seducciones y a sus obras;
y prometo vivir como buen cristiano
Muy especialmente me comprometo a procurar, según mis medios,
el triunfo de los derechos de Dios y de tu Iglesia
Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras
para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza
y para que así se establezca en todo el mundo el Reino de tu Paz.

Amén.

Oración de Jesús en el Huerto de los Olivos

Antes de entregarse en redención Jesucristo quiso rezar con los hombres y por los hombres en Getsemaní. Según nos narra el evangelio de San Lucas 22:39-46: «Jesús salió de la ciudad y, como de costumbre, se dirigió al monte de los Olivos, y sus discípulos lo siguieron. 40 Cuando llegaron al lugar, les dijo: «Oren para que no caigan en tentación». Entonces se separó de ellos a una buena distancia, se arrodilló y empezó a orar: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya». Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Pero, como estaba angustiado, se puso a orar con más fervor, y su sudor era como gotas de sangre que caían a tierra.

Cuando terminó de orar y volvió a los discípulos, los encontró dormidos, agotados por la tristeza. «¿Por qué están durmiendo? —les exhortó—. Levántense y oren para que no caigan en tentación».«

Jesús, hermano nuestro,
que para abrir a todos los hombres el camino de la Pascua
has querido experimentar la tentación y el miedo,
enséñanos a refugianos en ti,
y a repetir tus palabras de abandono y entrega a la voluntad del Padre,
que en Getsemaní han alcanzado la salvación del universo.
Haz que el mundo conozca
a través de tus discípulos el poder de tu amor sin límites (cf. Jn 13,1),
del amor que consiste en dar la vida por los amigos (cf. Jn 15,13).

Jesús,
en el Huerto de los Olivos, solo, ante el Padre,
has renovado la entrega a su voluntad.

A ti la alabanza y la gloria por los siglos.

Amén.

Orar como Jesús

Jesús vive en comunión constante con su Padre y esa comunión la expresa en cualquier circunstancia, en forma de oración

Unas veces ora con los ojos levantados hacia lo alto: “ Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo….” ( Marcos 6,41).

Otras, arrodillado humildemente en tierra, signo de pobreza interior: “Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo….” (Lucas 22,41).

Y cuando su alma se siente arrastrada por el miedo que la muerte inspira a todo hombre, Jesús ora rostro en tierra, como confundido de antemano con el polvo: Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: “Padre mío, si es posible, que pase de mi esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras Tú ” ( Mateo 26,39).

A veces, su alma exulta estremecida de alegría y alaba al padre, en medio de la multitud que lo aprisiona: En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Lucas 10,21).

Otras, da gracias presintiendo el milagro que confirma sus palabras e ilumina la mente de los testigos oculares sobre el significado del mismo: Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús, levantó los ojos y dijo: “ Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que Tú siempre me escuchas: pero lo he dicho por éstos que me rodean, para que crean que Tú me has enviado” (Juan 11,41-42).

Una de las oraciones que más frecuentó Jesús fue la oración de intercesión. Pide por los Apóstoles y por los que escuchando su palabra, creerán en la Buena Nueva: “Por ellos ruego yo; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado porque son tuyos… No ruego sólo por éstos, sino también por aquéllos que, por medio de su palabra, creerán en Mí ” (Juan 17,9-20).

Pedro, yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca” (Lucas 22,32).

Clavado en la cruz, entona una tonada nueva, desconocida hasta entonces en toda la tierra. Pide perdón al Padre por sus propios verdugos, ejerciendo así hasta el fin su ministerio de perdón: Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23.34).

Oración centrada en Dios

Como Hijo único del Padre Celestial, siente tal apremio por la oración que, según testimonio unánime de los evangelistas, los momentos más decisivos de su vida terrena, están marcados por la oración.

De la abundancia del corazón, hablan los labios: es que toda su vida terrena está amasada y sostenida por la íntima comunión con el Padre.

Por lo que hemos visto anteriormente, Jesús nos enseña que la oración debe comenzar primero y estar centrada siempre por el Padre: “Padre, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino…” y no por nosotros mismos, no por nuestros propios intereses y necesidades, sino por su Reino.

Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mateo 6,33).

A Jesús no le interesa tanto que nosotros le digamos: ¡Señor, Señor! , sino que hagamos la voluntad del Padre, como él mismo lo hizo.

Esta es, pues, la primera lección que Jesús nos da cuando nos enseña a orar. Nos enseña a comenzar por Dios, a interesarnos porque venga su Reino, porque sea glorificado su Nombre, porque se haga su santa voluntad en todas partes…

Y ésta es una de las razones por las que falla nuestra oración; siempre está demasiado centrada en el yo, demasiado centrada en el hombre, demasiado centrada en nuestros propios intereses, caprichos y deseos.

Si queremos obtener un optimo resultado en nuestra oración, debemos salirnos de nosotros mismos y centrarnos en Dios y en su Reino.

En este punto es importante comprender y tener en cuenta que Jesús también nos enseña a orar por nosotros mismos, por nuestras intenciones y necesidades, que, como lo veremos más adelante, también nos enseña la oración de petición.

No nos recomienda esa falsa especie de santa indiferencia de quienes dicen: Yo no me preocupo de mí en lo más mínimo; todas mis necesidades las dejo en las manos de Dios”. ¡No, señor! Jesús no dice nada de eso.

Debemos tener entonces la humildad de aceptar el hecho de que tenemos necesidades, incluso necesidades materiales, y que en la mayoría de los casos tenemos que pedir a Dios que las satisfaga.

Este concepto lo ampliaremos luego, pero es importante comprender, como un anticipo, que sobre el particular Jesús nos manda a pedir tres cosas esenciales para nosotros mismos: el pan de cada día (¡Recuerda bien, pan, no caviar!), el necesario vigor espiritual y el perdón de los pecados.

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