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¿Qué es la Oración?
Son múltiples los conceptos que podemos encontrar sobre la oración, pero básicamente cada uno de ellos toma su valor real en la medida que podamos llevarlo a la práctica, y básicamente, en la medida en que encontremos su funcionabilidad en cada uno de los fines que pretendemos.
Buscaremos unos conceptos que nos conduzcan a descubrir la realidad de las promesas de Dios, las exigencias y requerimientos que se nos expresan en su Santa Palabra para acceder a esas promesas, el poder infinito que tiene la oración, y, esencialmente, a tratar de salir de algunos errores que nos conducen a achacarle o a endilgarle a Dios nuestra falta de éxito en la oración y a descubrir que es nuestra limitación y nuestro desconocimiento lo que no nos permite vivenciar en toda su magnitud, la gracia esplendorosa de la verdadera oración.
La oración es un encuentro amoroso entre Dios y tú, en la verdad. Porque el amor solo ocurre en la verdad, jamás resiste la mentira, porque las personas no se “encuentran” de verdad, cuando se presentan enmascaradas, disfrazadas, con las mil y una caretas que el mundo y su falacia nos han enseñado a colocarnos para cada diferente ocasión.
Las personas se “encuentran” en la pobreza y en la sencillez del que carece de defensas. La oración no es otra cosa. Es encuentro y por eso no es monólogo, no es hablar consigo mismo, no es palabrería, no es rutina mecánica… Y fuera de lo anterior es amoroso, por eso no es un discurrir filosófico, ni un análisis científico, ni una prueba de laboratorio, ni una elucubración…
Todo ser personal nace invitado y capacitado para el encuentro amoroso. Tú también, no puedes ni debes ser la excepción. Orar no es pensar, es amar. El pensar te ayudará a amar más y mejor.
Encontramos en el libro “Cuando el hombre ora….” de Pedro Finkler los siguientes conceptos, que nos pueden ayudar a clarificar algunas dudas que tenemos o que nos enseñarán algunas cosas que sobre el particular desconocemos.
Y si quieres leer sobre como practicar la Oración te lo explicamos detalladamente en Cómo orar a Dios.
Estudio sobre la Oración
1. Orar es Amar
La eficacia de la oración no depende de la capacidad o del poder del hombre para convencer a Dios de darle lo que le pide, sino que resulta únicamente del inmenso amor que Dios tiene a los hombres. Esto lo explicó muy claramente el Señor Jesús: “Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les harán más caso” (Mateo 6,7).
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí; el culto que me dan es inútil...” (Isaías 29,13 ; Mateo 15,8-9)
La oración es fundamentalmente relación afectiva con Dios y por eso las advertencias del Señor nos muestran claramente que orar, más que nada, es amar. Y el amor no se prueba con palabras sino con obras.
Amar es buscar a alguien. Es pensar en la persona querida. Pensar en Dios no es pensar en algo de Él, sino simplemente pensar en Él. Pensar en Dios ya es oración, pues equivale a buscarle. Por lo tanto, amor, rezar, dice Santa Teresa, no consiste “en pensar mucho, sino en amar mucho”.
Orar es, entonces, estar con el Señor, permanecer en su compañía, conversar con Él, dialogar… con palabras, con actitudes, con gestos, con sentimientos, con obras. Es, en fin, estar ahí junto a Él, simplemente porque se le ama.
“Hacer oración es entrar en contacto con Dios, es expresarle nuestro amor con palabras o sin ellas, con sentimientos amorosos o en estado de aridez, tal como Él mismo nos inspira y nos ayuda, porque sin Él sería imposible orar”. El “sin Mí nada podéis hacer” vale también para la oración.
Oración es todo lo que el hombre hace para mover al Señor a tener misericordia, a mirar hacia Él, a socorrerle en su necesidad de amar, de crecer en el deseo de eternidad.
Quien ama reza espontáneamente: en pensamiento, con palabras, con actitudes, en obras…
2. Orar es estár unido a Dios
Mística, en su sentido original, significa unión con Dios.
Las personas de acentuada tendencia religiosa tienen generalmente avidez de profundizar en Dios. Sienten el deseo y la necesidad de estar con Él, que nos conoce: “Señor, Tú me sondeas y me conoces…. de lejos percibes mis pensamientos” (Salmo 139,1-2).
Si oro humildemente, si soy pequeño ante Dios, si siento que lo necesito, si sé que tengo algo que recibir de Él y que no podría evitar el pecado si no recibiese de Él la fuerza espiritual necesaria, ¡ahí está la oración! .
Si mantengo habitualmente la misma actitud de acogida a Dios y a su gracia, estoy en estado de oración. Esto es lo que Jesús quería al decir que es necesario orar siempre.
Mística es la oración más íntima. Consiste en sustraerse, la persona, totalmente del mundo exterior y penetrar en lo más íntimo de sí misma para vivenciar o experimentar en vivo el inefable gozo de la intimidad con Dios.
3. Orar es imitar a Cristo
Cristo nos mostró con su vida lo que es orar. Narran los Evangelios que el Señor madrugaba y se iba a un lugar solitario a orar. Muchas veces, durante el día, se escabullía de la multitud que lo rodeaba y se iba a orar en algún lugar oculto.
También aprovechaba la soledad y el silencio de la noche para orar. Es decir, que alimentaba su celo apostólico por medio de frecuentes reencuentros con el Padre, quien era para Él, en fin de cuentas, la única cosa importante.
Los discípulos que observaban curiosos y algo intrigados las costumbres del Maestro, comprendieron que se trataba de algo importante y maravilloso, y se despertó en ellos el deseo de imitarle. Y fue entonces cuando le pidieron con insistencia que les enseñase a orar. Así nació el Padrenuestro.
Pero que irrealidad tan grande la que vivimos la gran mayoría de los católicos. Cualquier persona, orante o no, reza al día, como mínimo, un Padrenuestro. Pero que poco ha comprendido lo que allí se dice. No ha podido aceptar a Dios como el Padre Creador que está en los cielos, no santifica con su vida su Santo Nombre; pide que el Reino de Dios venga a nosotros, a su vida, desconociendo que Dios no puede morar donde está el pecado y el mal, no puede morar en un corazón endurecido y envilecido por la acción del mal; habla de que se haga la voluntad de Dios en el Cielo y en la tierra, pero en lo más profundo de su ser está anhelando solamente que se haga y se cumpla su propia voluntad, que se realicen sus deseos y sus ilusiones, no importando a que lo conduzcan éstos, o maldiciendo su suerte y no aceptando lo que Dios ha permitido en su vida; pide el pan de cada día, pero no está de acuerdo con lo que come, todo lo cansa, desconociendo que en el mundo hay miles de millares de hermanos que se mueren de hambre y que se sentirían satisfechos con lo que yo rechazo; le pedimos que perdone nuestras ofensas, nuestros pecados, nuestro mal, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, y sin embargo hay resentimientos, rencores, recelos, envidias, odios en lo más profundo del corazón, porque no sabemos o no hemos sabido perdonar a todos los que nos han ofendido o nos están ofendiendo en la actualidad; le pedimos que no nos deje caer en tentación y que nos libre del mal, y sin embargo hacemos todo lo contrario, ya que producto de lo que tenemos sembrado en lo más profundo de nuestra alma, en nuestro subconsciente o en nuestro inconsciente, buscamos por todas partes encontrarnos con el mal, en la televisión, en el cine, en las revistas pornográficas, en el licor, en el baile, en la droga, en la fornicación, en el adulterio, en la ambición, en el libertinaje, en la violencia, etc., desconociendo que Dios nunca violentará nuestra voluntad, nuestro libre albedrío. En verdad que farsantes y fariseos somos al rezar esta maravillosa oración y que poco en verdad imitamos al Señor Jesús, porque no ponemos en práctica lo que allí decimos.
El hombre que ora no solo imita a Cristo, el más perfecto de los adoradores, sino que también se une a Él y ora con Él, incorporando sus propios balbuceos y superando la propia pobreza e insuficiencia.
4. Orar es agradecer el Amor
Dándose cuenta del inmenso amor totalmente gratuito que el Señor le tiene, el hombre prorrumpe espontáneamente en un canto de jubiloso entusiasmo.
La necesidad de sentirse amado es una característica del hombre, cuya vida -en todas sus dimensiones: biológica, psicológica, espiritual…- sin la satisfacción de tal necesidad, se desequilibra.
Tenemos en nuestra constitución, como una serie de vasitos que deben ser llenados desde el mismo momento de nuestra concepción, en nuestra gestación, en nuestro nacimiento y en casi todos los momentos de nuestra vida, tales como el amor, el estímulo, la fortaleza, etc. y que nada en la vida los puede llenar. En el caso del amor, encontramos como muchos seres han sido concebidos sin amor, no han sido deseados, han sido rechazados y ese desamor está arraigado en lo más profundo de su ser, presentándose en estas personas una limitante inmensa, al punto de que muchos seres humanos no son capaces de dar un abrazo o no resisten que alguien se los de, se sienten incapacitados para amar y dejarse amar, porque eso fue lo que recibieron, no pudiendo ser llenado este vacío si no por Dios, que es nuestro Creador y que es el único que puede hacer en cada uno de nosotros una nueva creación.
En cambio, cuando el hombre se siente amado, cuando se siente aceptado tal cual es, experimenta en plenitud la alegría de vivir y tiende a permanecer en constante contacto con la fuente de esta riqueza insustituible.
Que importante que cada uno de nosotros descubriera, que si falta amor en el mundo por parte de los seres que están a nuestro alrededor, hay alguien que nos ama tal como somos, que nos acepta con nuestros errores y nuestras falencias, que nos perdona incondicionalmente, que quiere lo mejor para nosotros y que nos está buscando cada día para que le abramos el corazón y nos dejemos inundar por su infinito e inagotable amor. Ese ser maravilloso se llama Dios.
Quien sabe y siente que Dios le ama infinitamente, ora sin cesar, con un inmenso sentimiento de gratitud por esta ventura sin par.
5. Orar es dejarse arrebatar por Dios
Desde toda la eternidad, Dios, que nos creo para tener a quien poder amar, no cesa de implorarnos: “ Dame, hijo mío, tu corazón, y que tus ojos hallen deleite en mis caminos” (Proverbios 23,26).
Hasta tal punto nos ama Dios que, si se lo permitimos con nuestra disponibilidad y correspondemos a ese inmenso amor, él nos aferra, nos asocia tan íntimamente a él, que llega a hacernos una misma cosa con él: Ya no vivimos nosotros, sino que él vive en lo más profundo de nuestro ser, vive en nosotros.
Cuando en nuestro camino de oración hablamos de dejarnos arrebatar , de dejarnos arrobar o extasiar por Dios, estamos hablando de vida mística, que es, justo, el estremecimiento unísono del alma perdida en Dios, que se ha posesionado de ella para un abrazo inefable. Cuando se presenta esta situación, el hombre enmudece, su oración se vuelve un silencioso balbuceo que lo lleva a decir: Abba ba-ba-ba….., entrecortado por la elocuencia de Dios, como nos lo demuestra la maravillosa experiencia mística que tuvo San Pablo y con él muchos santos y santas, muchos hombres de Dios.
6. Orar es hacer Apostolado
Esta afirmación no puede darse la vuelta. Hay quienes con mucha facilidad se sienten inclinados a creer que lo más importante hoy es hacer apostolado, y que por lo mismo la oración queda desplazada a un segundo plano.
Es pura ilusión pensar que hacer apostolado sea realizar esto o aquello. Apóstol es sólo quien sigue haciendo lo que hacía Jesucristo. Es comunicar el mensaje cristiano por lo que se es, se dice y se hace. Cuando un hombre es de veras otro Cristo, entonces haga lo que hiciere será siempre apóstol. Ahí radica la diferencia entre evangelización y cualquier otro apostolado.
Lo esencial de la evangelización no es la predicación sino el testimonio de vida cristiana. La actividad apostólica no se confunde con la oración: aquélla supone ésta; es una derivación. Apostolado es un desbordamiento de la unión con Dios, y ésta solo puede realizarse por medio de la oración.
La unión con Dios, como cualquier otra entre seres vivos, es cuestión de amor, y quien ama a Dios, Padre de todos, no puede dejar de amar a sus hermanos.
El que es verdadero Apóstol transmite “vida”. Y cómo podrá darla si él no la tiene por ser un sarmiento separado de la cepa?. “ Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí ” (Juan 15,4).
7. Orar es realizar un programa de Vida
El Señor nos aconseja orar siempre sin desfallecer (Lc. 18,1) y San Pablo nos insiste en lo mismo: “ Sirviendo al Señor, con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración” (Romanos 12,12).
Para entrar en la intimidad divina es necesario disponer con urgencia de algunos tiempos tranquilos para “recoger” la propia vida y “acoger” al Verbo. Esto nos indica que para poder tener una verdadera vida de oración se requiere destinar un tiempo especial para ella.
Sería ilusorio pensar que basta el espíritu de oración para que ya todo se vuelva oración. “Cuanto más el tiempo (destinado a la oración) es constante, vivo, pleno, profundamente vivenciado, tanto más influye su resonancia en todo el resto del tiempo y por tanto en la vida”.
La oración no se reduce a episodios más o menos frecuentes en la vida del cristiano, sino que debe ser una de las características constantes de su vida. La verdadera oración se trueca en vida. Todo se vuelve oración en la medida que todo se eleva hacia el interior del alma y se le presenta al Señor en ella presente, y con él se trata todo.
Lo que se vive solo exteriormente, aunque sea la más excelente obra de misericordia, no puede considerarse como oración; porque no alcanza la vida; no modifica el comportamiento y la conducta de la persona. Se da la oración sólo cuando ésta afecta en profundidad al ser y al obrar de la persona.
El ejercicio de la oración es el episodio de mayor intimidad con el Señor, y se espera siempre con una impaciencia e interés tanto mayores cuanto mayor sea el amor y la frecuencia con que se repite, dentro del marco equilibrado que permitan el trabajo y la convivencia.
8. Vida de Oración
Vida de oración es un estado, un modo característico de ser de la persona: el estado de aquel a quien el Señor se ha revelado en lo íntimo del corazón. Para llegar a este estado o a una vida auténtica de oración, es absolutamente indispensable pedir al Señor la inestimable gracia de que se digne revelarnos su rostro: “ Oh Dios, haznos volver, y que brille tu rostro, para que seamos salvos” (Salmos 80,4).
Pero aunque sea un don gratuito que depende únicamente de la misericordia del Señor, la intensidad y el ardor de nuestro deseo y de nuestro amor le estimulan a concedérnoslo. Deseo y amor entrañan desapego y entrega. Desapegarse completamente de sí mismo y entregarse enteramente a Dios es un acto que depende de nuestra decisión final, lo cual se logra a menudo, tras una lucha terrible.
Para un desenlace favorable en este arduo combate, la primera condición es el deseo sincero de pertenecer única y totalmente a Dios. La lucha por llegar a este punto es por lo general ardua y larga.
La persona que se encamina por este derrotero tiene que sufrir y gemir por mucho tiempo antes de conseguir su intento. Su oración se reduce prácticamente a un lacerante grito de socorro: “ Les das a comer un pan de llanto, les haces beber lágrimas el triple” (Salmo 80,6).
La vida de estas personas, no raramente, se convierte en doloroso destierro. Sueñan la unión perfecta y definitiva con aquel a quien aman realmente por encima de todo, y la vida se les presenta como un obstáculo para la concreción de su desgarrador deseo.
De este modo la persona llega a tener verdadera vida de oración; es decir, su vivir se transforma en oración ininterrumpida. Quien no consigue dar este paso decisivo tendrá que contentarse con la pobreza de periódicas zambullidas, más o menos frecuentes, pero inevitablemente superficiales, en la oración.
La auténtica vida de oración exige radicalidad: ”O somos personas totalmente impregnadas de oración y lo obtenemos todo, o por nuestra pusilanimidad e incertidumbre recibiremos lo poco o nada que en este momento estamos recibiendo”.
Quien consigue la costumbre de vivir la presencia de Dios, percibe cómo la oración brota constante y espontáneamente de dentro del corazón. Es como un alegre fuego que brilla, calienta y quema sin cesar; una energía divina que anima y sustenta el amor, el deseo, la búsqueda de la visión de Dios. Cuanto más intensamente se vive esta visión, que no es sino un vivísimo deseo de unión siempre más íntima, tanto más crece el fascinador misterio de Dios.
Cuando el corazón de un hombre está lleno de Dios, en cierto modo ya no distingue entre reflexionar, trabajar, jugar o rezar. Todo en él es como un torrente límpido que mana de la misteriosa fuente de su interioridad escondida en Dios. La propia vida se torna en oración, en un permanente himno de alabanza a Dios. La oración es para él lo que la respiración o el pulso cardíaco son para su vida física.
Importante aclarar en este punto que el estado de oración no puede producirse artificialmente. Es un don absolutamente gratuito concedido a quien ora de todo corazón y con una gran perseverancia. Quien entra una vez en este estado difícilmente renunciará a él; no podrá dejar de orar, como quien amó una vez no puede dejar de amar. Más exactamente, el Espíritu que se ha instalado en él no dejará ya de orar en él. De tal modo, cualquier cosa cobra en él valor de oración; de todo su ser se desprende la fragancia espiritual de su unión con Dios.
Como podemos observar a través de estos conceptos, cuando se trata de oración, por parte de Dios no hay dificultad alguna, al contrario, él está siempre a la espera, llamándonos suavemente, ofreciéndose a nuestra libertad.
La oración es un don de Dios, es un darse a Dios.